lunes, 29 de junio de 2009

10 am: entiérrame en la arena.

La luz entra por las ventanas, estoy esperando a que vengas caminando por el pasillo y me preguntes si quiero té o si quizás prefiero esperar un rato y almorzar directamente. Las 10 de la mañana pueden ser o muy hermosas o muy tristes, éstas, eran por demás horribles. No tengo más opción que levantarme, de lo contrario, voy a pasar a ser una lechuga entre las sábanas.
El pedazo de carne de corte facsista absorbe los rayos UV y UVA a través de su piel, seguramente pensando y haciendo funcionar el sistema de rulemanes y tiritas que hay en su cabeza. Seis líneas perfectamente trazadas que cortan el ielo celeste. Sólo hay nubes como por encima del horizonte. El agua es color verde agua (lo se, es estúpidamente redundante, pero era de ese color) oscuro y la arena, bueno, la arena es arena, molesta como siempre.
Lo observo en la familia que está a unos metros: cuando lo tenés, no lo querés (y si se quiere se quiere lejos), y cuando por fin se va -o se modifica- llorás por los rincones, o lamentás "haberlo perdido". No quiero llorar, pero siento como si acabara de hacerlo, ese sueño que me invade y no me da ganas de hacer nada. Sin embargo no me fui, sigo llenando la hoja con palabritas color negro. Llegó la calma para algunos, pero el inferno en vida para otros -los que sobramos-. Yo se cuán de paso estoy en esta tierra, y aunque no suelo ponerme a pensar en eso, es un pensamiento que carcome las pocas neuronas que se alojan en mi sistema nervioso (llevan puesto bonete/gorrito de playa y unas maracas amarillas con rayitas verdes).
Cada vez falta menos para mi estación predilecta del año (creo que falta un mes y unos días). Las personas acá están a dos prendas de quedarse desnuda, y yo, con vestido largo y tapado de lana. Me estoy volviendo paranoica, o tal vez es que estoy muy triste. No se, pero quiero volver, para no volver jamás.

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